miércoles, 28 de noviembre de 2012


'Kung fu infinito', artes marciales a cascoporro


Kung fu infinito portada
Más allá de sus, por momentos, espectaculares coreografías, nunca he entendido la fascinación por el cine de artes marciales ni qué lleva a sus seguidores a coleccionar cuántas más cintas mejor de “chinos/coreanos/filipinos/tailandeses dándose palos a diestro y siniestro”. Pero, para qué engañarse, cuando uno se acerca a una cinta de este género no va precisamente buscando un modelo de arte y ensayo sino un escapismo con el que dejar atrás sus tribulaciones diarias. Y eso, exactamente eso, es lo que ofrece ‘Kung fu infinito‘.
Homenajeando a aquello que comenzó a fascinarle con 4 o 5 años y con la sana intención de
abrir al lector el portal hacia el mundo marcial
Kagan McLeod compone en este mastodóntico volumen de 464 páginas un canto sin pretensiones a las películas de Bruce Lee, Jackie Chan o Jet Li mediante un relato plagado de mil y una referencias al mundo de uno de los artes marciales por excelencia.
Valiéndose de su desenfadado trazo, capaz de dinamizar en extremo la lectura de una página (o grupo de páginas) y de plasmar, sin generar ningún tipo de confusiones visuales, las más complejas coreografías de lucha, el artista canadiense narra aquí una historia que, responde (al menos en apariencia) a los cánones clásicos del género.
Kung fu infinito viñeta
Aderezada inevitablemente con acotaciones fantásticas (no en vano el motor del relato son hordas de zombis que los personajes deben combatir una y otra vez), ‘Kung fu infinito’ narra la historia de Yang Lei Kung, un joven inexperto en el uso de las artes marciales que se verá convertido en la pieza clave del enfrentamiento final entre el bien, representado por los ocho inmortales, y el mal, un emperador que pretende recuperar todo el poder que éstos le arrebataron y los generales que le ayudan en su empresa.
Con las dosis justas de humor y drama, una descripción de personajes que pasa por variar sensiblemente los arquetipos de héroe(s) y villano(s) filtrándolos con el tamiz oriental, y acción a raduales que se sale por los bordes del papel, el trabajo concretado por McLeod guarda sus mejores bazas en la asombrosa capacidad aglutinante del autor a la hora de ir introduciendo los cientos de elementos sueltos que se asocian a las historias de artes marciales en un único y tremendamente ecléctico contenedor.
¿Que por qué lo de ecléctico? Porque, a la que uno se confía en que la historia que se está contando tiene lugar, por lo menos, en la China milenaria, el artista introduce, primero, a los zombis ya citados y, segundo, a un negro con el pelo a lo afro y gafas de sol que descontextualiza por completo lo hasta entonces narrado. Que esto sea una virtud o un defecto es algo que dejo al mejor criterio de aquellos que se acerquen a tan singular volumen. Eso sí, quedan plenamente garantizados muchos minutos de una lectura de desenfadada diversión y el aviso de un servidor de guardar cuidado al pasar las páginas no os vayáis a llevar una patada giratoria cuando menos os lo esperéis.

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